Ruta realizada el Martes 25/05/2021
Participantes: Alfredo, Domingo, Félix, Juanlu, Pepe
Reproductor audio crónica:
Hemos dormido bien, a pesar de la copiosa cena a base de alubias rojas. Lo que cada intestino deparase en su habitación no trascendió, al menos con detalle.
Cruzas a desayunar desde el edificio donde dormimos y te das cuenta que esto es otra tierra, que hace un frío de pelotas a estas horas y no te va a sobrar nada de lo que te pongas. Tenemos alrededor de cuatro grados con humedad, a las ocho de la mañana.
El desayuno es simple, muy simple, pero abundante. Tostadas -hoy de pan de molde- ¡no volverá a pasar! Y mantequilla-mermelada o aceite-tomate, a gustos. Hay quien gusta de todo y mucho, así que tenemos a la simpática anfitriona haciendo viajes continuos a la cocina para traernos pan sin descanso.
Una vez saciados rematamos preparativos, cargamos bicis y salimos directos a Cidad de Ebro, que es donde parte nuestra ruta de hoy y no hay tiempo que perder.
Bonito pueblo, como todos, al que llegamos por una carretera curiosa, estrecha, que te mete en el centro por un puente sin barandilla ni protecciones, en el que el coche no va muy sobrado. Peligroso no, pero el acceso me llama la atención.
Aparcamos en una pequeña plaza de hierba, con nogal, fuente y perro. Nos indican que allí está bien, que no molestamos. Salimos sin más.
Nos ajustamos al margen del río por un camino estrecho y frondoso, algún sube y baja, lo justo para que no de distraigas con el sonido del agua que te va acompañando.
Llegamos frente al alto de los Tornos y se te quita el frío de repente, en caso de que te quedara algo. El sendero se estrecha y serpentea entre quejigos, encina y matorral. Enseguida cambiamos la postura y pasamos a acompañar la bici en lugar de cabalgarla –todos. No way-
Desde arriba buenas vistas sobre el barranco. El cauce queda al fondo, muy al fondo y Retortijón se da su primer paseo para mostrarnos lo que no nos dejan ver las rocas.
La bajada también se empuja enterita –todos- Se puede hacer la “tontá” como que te subes, pero no, es un trazado sinuoso, estrecho, con el firme de piedra suelta e irregular. Eso sí, adornado de flores como si fuera un jardín.
Seguimos sendero hasta alcanzar las antiguas huertas con bancales de Tudanca de Ebro. Ahora ya no las cuida nadie, aunque las visita diariamente José Luís Estrada, el muchacho de 92 años que nos cuenta alguna cosa del pueblo, la riada del 41, que marcó su tio-abuelo en el muro. La casa más antigua del pueblo. Algo con pinta de palacio, que compró su padre ya con uso de corral y granero. Lo de la mili en Pamplona, enseñando a leer a andaluces y vascos de caserío… Corta, que ya vale, Vamos a dejar alguna historia para que se la cuente a los siguientes.
Seguimos con el río desde una carretera sin tráfico que se aprieta entre dos masas rocosas para dejarnos alcanzar Tubilleja de Ebro. No recuerdo que aquí nos entretuviéramos, ni tampoco en los campos verdes que siguen. Basta con pasar y disfrutarlo.
En Quintanilla cambiamos el sentido de la marcha y cruzamos el Ebro por el puente viejo. Más antiguo y pintón que el de los coches. Más fotos y mamoneo antes de empezar la subida, tampoco tanta, pero contrasta que lo que llevábamos hasta ahora.
De Villanueva de Rampalay a Gallejones y de ahí una pista ancha en ascenso, que nos lleva a Báscones de Zamanzas. Alfredo y yo vamos delante, charlando, hasta que nos interrumpe un mastín enorme que cuida unas cabras. No hace más que ruido y no se acerca mucho, pero recorre un rato del camino a nuestro lado y no me mola nada
.
Paramos frente al pueblo, también bonito, también casi vacío. Queda en la ladera de enfrente y Alfredo se encapricha en verlo. Uno que es más de reposo, le espera junto al camino hasta que lleguen el resto. Él solito se come un par de cuestas y casi se le comen tres perros, además de un baño de ortigas en ambas piernas. No hay nada como el turismo de aventura.
Ya estamos todos y seguimos nuestra subida por pista. Este pueblo no tiene acceso asfaltado, aunque en el mapa sí que lo llaman “carretera”. No deja de ser un modo de dar el servicio sin incurrir en el coste que conlleva…
Vamos rodeados de paredes de roca y no se ve cómo saldremos de este agujero. El mapa dice que sí, pero levantas la vista y no se ve escape hasta que superas Fortaleza de Arreba y alcanzas el Portillo del Castillo, un roto en la muralla natural que permite que cambiemos de ladera y nos dejemos caer rápidos a San Miguel de Cornezuelo y Cidad de Ebro.
Recogemos bártulos y volvemos pitando al hotel, a por el menú de Ana Mari, que tenemos la tarde comprometida.
Ducha, cambio de ropa y nos vamos a la cueva Palomera. Hay un buen tramo en coche y llegamos con diez minutos de margen sobre la hora que nos habían fijado. Aparcamos y bajamos a la entrada, donde está la ermita de San Bernabé. Una fachada pintona que se hunde en la roca. Está cerrada y no es motivo de esta visita, pero parece que tiene pinturas curiosas y un pequeño acceso al completo cárstico subterráneo de Ojo Guareña.
Iniciamos la visita con una explicación sencilla de lo que hay, lo que vamos a ver y por qué se ha formado. Provistos de casco y frontal nuestro guía nos conduce a la entrada de la cueva, donde pasamos algo más de hora y media.
Es de las más grandes de Europa y no está totalmente explorada. Fue habitada desde el paleolítico y tiene restos de pinturas y huellas –que no se pueden visitar- desde los neandertales. Las formaciones rocosas quizá no sean tan llamativas como El Drach o El Soplao, pero como te lo explican en detalle y te hacen ver las características de cada punto, la visita es interesante. Un poco más soso es la faceta biológica de los habitantes de la sima. Unos miserables gusanos con patas que el guía se empeña en señalizar con triángulos reflectantes y nos ruega encarecidamente que los respetemos.
Después de la cueva hacemos una pequeña parada para ver el sumidero del Guareña, un rincón frondoso por donde se cuela al complejo de cavernas uno de los cauces de agua que lo alimentan.
Rematamos la tarde con visita a Medina de Pomar. Es un pueblo pintón, con unas torres medievales enormes que lo caracterizan. También tiene una calle Real bien conservada en cuanto a edificios y comercio típico. Una plaza con soportales y mirador sobre el campo. Rincones coquetos y una exposición de pinturas permanentes que te van acompañando durante toda la vista.
Tomamos una cerveza en un local de esos de hace 50 años, pero no encontramos sitio que nos acomode para cenar. La comarca entera está todavía adormecida por el COVID y no hay ni público, ni oferta. Todo bastante vacío, lo que para algunas cosas se agradece y para otras se sufre.
Volvemos entonces a nuestro hotel y entramos al comedor de cabeza, buscando con avidez a Ana Mari para ver qué nos ofrece de cena. Ya hace frío y después de la cena, mucho. Menos de diez minutos de paseo y corriendo al catre, que el día dio para todo, pero ya se acabó.
Otras fotos: Link Álbum
Visionar fotos y videos del Álbum de Google en el mapa: ver fotos
2 comentarios en “Cidad de Ebro”
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Asombrosa descripción, no tengo palabras. Me gusta como lo expresas. Buena literatura, vas a ser un alumno aventajado. Gracias por tu compañia y por ser como eres. Lo de listo, guapo, deportista y, sobre todo, humilde parece una presunción, pero es que lo eres. Bueno lo de guapo, es mejor que te lo diga tu mujer 👍👏
Bien descrito Pepe. Vaya ruta más bonita que nos marcamos. Y lo de la cueva fue la guinda, a pesar de los ciempiés.